miércoles, 19 de noviembre de 2014

DEL SINGULAR PERCANCE DE MACDOWELL



Instalados el escocés Macdowel y Alonso en la hostería, sentáronse en una mesa más coja que el pirata Arnaud, que cuando se apoyaba se ladeaba para un lado. Viendo que esto les dificultaba saborear el guiso, aunque era preferible comerlo sin respirar, por los  olores que la carne despedía, púsole Alonso a instancias de su amo, una rodaja de pan duro debajo de la pata mala y a modo de tope. Mientras Buttarelli, alertado por el llamado de tan raros clientes, acudía a atenderlos.
-¿Hablá de negocios? Creía que querían comer rápido para seguir su camino.
-De eso mismo se trata. Quisiera comprarle tan noble posada para poner una venta de “hamburguesas” que, por supuesto llevará mi nombre. Pero de eso no debe preocuparse, Vuestra Merced, que ya lo tenemos más que cocinado.
-¿Hambur… qué? ¡¡Esta es una posada decente y nadie va a vení decir groserías aquí!!
Buttarelli pegó un golpe sobre la mesa al escuchar las palabras de Macdowell, con tan mala fortuna que se salió el pan que mantenía la mesa derecha y el guiso caliente cayó sobre la falda del escocés, que ni lerdo ni perezoso, de un tirón se la levantó hasta el cuello.
¡Menuda sorpresa se llevó el posadero! Debajo de su digna falda no llevaba interiores, con lo cual pudieron apreciar las bondades de aquel cuerpo en llamas, que a decir verdad, dejaba mucho que desear. El escocés chillaba como un carancho, pidiéndole a Alonso y a Buttarelli, que le sacaran el guiso de sus partes.
-¿A vé, si voy a meter mis mano, allí? Usté será muy escocés, pero aquí somos todo muy hombre ¡pardiez! –Y vociferando para que su mujer lo escuchara, le dijo.
-¡¡Ven a vé este relamido!! ¡¡Si es pa matarse de risa!!
-¡Sus muertos!- Aprovechó a decir el abuelo, aunque no entendía ni jota lo que estaba pasando. 
Alonso, con la punta de sus rechonchos dedos, quitó la falda de su amo y lo cubrió con un trapo roñoso que le acercó la mujer de Buttarelli, con lo cual, la negociación se dejó para más adelante, mientras que los tres perros del lugar, aprovechaban para comerse el guiso en tan escandaloso plato.
En tanto, las dos o tres señoritas de dudosa moral que estaban en un rincón, reían a carcajadas y se ofrecían para hacer el trabajo “sucio”.
Macdowell emitía unos improperios en su lengua natal, que poco se parecían a una oración santa a juzgar por el color rojo de sus mejillas y los alaridos que daba, así como estaba, envuelto en los trapos como una momia. 
Pero volved ponto que lo demás, también es de contar.

sábado, 18 de octubre de 2014

De cómo irrumpió en la hostería un tal Mcdowell y las tonterías que allí propuso.

Eran malos tiempos para la hostería, los parroquianos que por allí frecuentaban y que consumían más bien poco ya no se dejaban caer por tan ilustre lugar y la recaudación pasó de poco a nada. Solía decir Buttarelli que aceptaría hasta los doblones falsos, cualquier cosa antes que ver aquel antro morirse de soledad como una araña en una esquina. Y así andábase la zona pues ni los pescadores frecuentaban los muelles cercanos. Ni las meretrices paseaban por los callejones oscuros por temor de los buscones y de los bachilleres borrachos que solían venir a aliviar la vejiga y faltar al respeto a los vecinos. Vecinos que envejecían contando anécdotas del lugar, untando de imaginación la nostalgia, acaso muchas de sus historias no sucedieron o no se ajustaban a la realidad. Por que la memoria es traviesa y tiñe los recuerdos a gusto del que los pinta.

  • Entonces la hostería era un buen lugar.
  • ¡Pardiez! La hostería, cuánto tiempo sin ir por allí.
  • Todavía tiene las bisagras rotas de la última vez que fueron a darle una patada buscando un duelo a muerte el tal...
  • ¿Bisagras? ¿Qué son bisagras? ¿No será eso que hacen las brujas para que se suba el ánimo?
    Mas todo lo que sube baja y todo lo que está en el fondo no puede sino subir, y de aquel modo alentado por la devaluación de aquella zona llegó aquella mañana un especulador muy peculiar. El escocés Mcdowell. Venía acompañado de su administrador en España, un tal Alonso Sosa. Mcdowell venía de Jerez en donde había adquirido una hacienda con su bodega en donde se apilaban centenares de toneles de fino que exportaba como oro líquido a la Gran Bretaña. El negocio estaba asegurado, mas aquel inversor buscaba nuevos retos en especial quería llevar a cabo su innovadoras ideas.
    Don Alonso Sosa empujó la puerta y se quedó medio descolgada como si fuese un borracho que no termina de caerse. Un olor a agrio salio del local y de dentro se dejó sentir una especie de gruñido. Mcdowell que era hombre valiente entró primero, esperó a que su vista se acostumbrase a la penumbra y llamó al dueño.
  • ¡Posadero!
  • ¡Sus muertos!
  • Aquí, aquí mi zeñó, no haga cazo ar vieecito que ta mal de la cabeza y ez lo unico que pue deci ya, comprende usted.
  • Mi amo quiere comida y bebida – dijo Alonso con cierto enfado - . Mi señor es un grande en su país y también en este.
  • Po no ze yo, porque aquí lo que ze ve e que trae una farda, no zerá tan grande.
  • ¡Maldito! ¡No queda sino batirse! - gritó Alonso llevándose la mano a la espada, pero en ese instante Mcdowell evitó que desenvainara.
  • Que tengo dinero, lo único que quuiero es saber cómo se cosina aquí – dijo el escocés.
  • ¡Perdone uzte! Que no lo dicho pa ofendé que uno no tiene´tudio ni zabe lee, zolo contá y na má. ¡Niña! Traele a ezto hombre pringá der puchero que ze van a chupá lo deo – fue un decirlo y del delantal sacó un vaso en la mesa ligero fue a por otro y una jarra con la que llenó ambos recipientes de vino un tanto agriado.
  • ¿A este vinagre llama usted vino? Mi señor este marrano quiere envenenarnos.
  • ¡Sus muertos!
  • Tranquuilo Alonso, tranquuilo, veo que el lugar eschtá a la altura de su fama.
    Cristófano maldecía al administrador en sus adentros. Sabía que aquel señor iracundo le traería problemas. La esposa del posadero le dio un cuenco con pringada y un trozo de pan a que arrancó un trozo por el que crecía a sus anchas el moho.
  • Niño, voy a por pan de hoy – le dijo la esposa.
  • Mañana va a i, er maricón y er malaleche van a comer ezte. Y que ze vayan duna ve con to zu...
  • ¡Sus muertos! - volvió a gritar el abuelo.
    Cuando depositó el cuenco en la mesa la carne y el tocino no tenían mala pinta, pero al tomar un pellizco del pan ¡ay! Se desmigajó como si una docena de gallinas lo hubiesen picoteado. El tocino tembló y recibió al pan de mala manera tanto que tuvo a bien echarse a un lado.
  • ¿Pero qué diantres es esto? Un tocino que parece una medusa y que está duro como un yunque ¿y la carne de qué es? ¿De buitre? Mi señor vayámonos de aquí antes de que nos envenenen esto no puede digerir.
  • ¡Traquuilo, Alonso, tranquuilo! Cuanto más malo es el locall más barato resultará.
  • ¿Y qué piensa mi señor hacer con este antro? Si no vale ni para quemarlo.
  • No es el antro, es el sitio. Al lado del rio, cerca de la plasa de toros. Si caemos un par de paredes y limpiamos el lugar podremos hacer un restaurante.
  • ¿Eh, qué es eso, mi señor?
  • Una espesie de posada en donde la gente venga coma y se vayya. Comida rápida, lo ves.
  • ¿Comida rápida? Como ese tocino que se mueve cuando le hincas el pan.
  • No, así no, buena comida. Hecha con diligencia, vendida desde la misma barra, que los clientes vayyan a comprarla, la compren y se la coman, paguen y se marchen. ¿O quuizá sería mejor que la pagasen antes de comérsela?
  • Pos mire mi señor que yo no paso de los duelos y quebrantos y eso de que no venga Dios a servirte a la mesa, como que no lo veo. Y ¿cual serían los platos? Gazpacho, chorizito a la brasa, lomito a la plancha...
  • No, demasiado caro, habría que coger pollos y machacharlos hasta hacer una pasta, de ahí sacariamos varias raciones, oh my God, ¡acabo de inventar el Dowpollo!
  • No sé yo mi señor, que esto no es Escocia, que esto es España y a lo peor esto es Andalucía, que aquí la gente lo que quiere es llenarse la casa de grasa chupando huesos, eso de darlos machacados como si fuese para un viejo sin dientes...
  • Pienso atraer la clientela a este local, desinfectiarlo, quuitarle hasta la última pulga y hacer de esta zona un lugar de ocio y esparcimiento.
  • ¡Esa sí que es buena, mi señor! Aquí nadie sabe lo que es eso, ponga usted unas mujeres de vida alegre y unos gitanos con guitarra y tendrá gente.
  • ¡Ni hablar! Quiero que vengan las gentes con sus familias, lo último que quiero es un tugurio de peleas y ...
  • ¡Sus muertos!
  • Pues mire usted, que yo no quiero faltar al respeto pero que como que no lo veo yo eso mucho.
  • No se preocupe mi buen Alonso, que todo si andará. ¡Mesonero! ¡Venga usted que vamos a habllar de negocios!

domingo, 5 de octubre de 2014

LA HOSTERÍA ABRE NUEVAMENTE SUS PUERTAS





 PRÓLOGO:
 


En primer lugar quiere este alma en pena, deciros que los hacedores de “La Hostería de Cristófano Buttarelli”,  hiciéronse conocidos como iluminados hombres de Letras, y debieron abandonar temporariamente, la continuidad de las historias que aquí se cuecen.  Por ese motivo, y por entender que la hostería cosechará nuevos amigos a diestro y siniestro, es que daré a conocer los inicios de estas aventuras.




CAPÍTULO I: DE LOS ORÍGENES DE LA HOSTERÍA


En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha mucho tiempo, habíase asentado un tabernero, hijo y nieto de taberneros, con su mujer y algunos animales. En aquellas épocas, y merced a la “profesión” que le venía de arraigo, construyó en estas tierras, una hostería para acoger a los muchos caminantes que venían recorriendo esos desolados parajes, a quienes les ofrecían comida y una cama donde pasar las noches. Respecto de estas viandas hablaremos más adelante por ser materia de gran análisis.

Cristófano Buttarelli era el nombre del hostelero, Pancracia se llamaba la mujer, ambos rústicos y bastante dejados en cuanto a las tareas de limpieza, gustaban más de rascarse los cojones que de asear la pocilga, y créanme que eso de pocilga no era una mera frase, sino una realidad que picaba tanto como las pulgas que atesoraban los rincones oscuros de la casa.

Encontrábanse al cabo de un año, con una clientela considerable, compuesta por campesinos que acudían a olvidar sus miserables vidas, emborrachándose hasta los tuétanos con el tintillo especial de la casa, hasta que les brotaba de las orejas.

Un párrafo aparte merece este vino de origen… de origen incierto, pues en su elaboración, Pancracia y Cristófano, pisaban las uvas con sus patas sucias luego de darles de comer a los cerdos, quizá ese bouquet era el que producía soberanas cagaderas a los parroquianos, quienes no escarmentaban y volvían una y otra vez.

La hostería, además, ofrecía un “servicio” de acompañantes para la clientela de paso, era una cohorte de putas de baja estofa, que de ser de alto rango, jamás se hubiesen atrevido a desnudarse en esa porqueriza. Pero esto será materia del próximo capítulo. Aguardad con paciencia…



 

miércoles, 9 de mayo de 2012

De donde por fin la joven pierde el virgo y los demás la poca cordura que les pudiese quedar


La hostería era un campo de batalla, mientras Esteban Dolores y Filiperro se batían contra la autoridad y la gente trataba de esquivar vasos, banquetes y cachiporrazos, Pierre Pandantieu y la joven María de las Mercedes caminaban hacia las dependencias en donde un dulce tálamo les esperaba. Sin embargo, fue quien Buttarelli les esperaba en el pasillo con la mano extendida.
-          Tome señorg Buttarelli, esto porg el lecho y esto porg impedirg el paso a la guargdesa – sin prestar atención, fruto de la excitación, al dinero que le daba que no era otro que el que Esteban le había entregado.
-          ¡Eso está hecho! Señó Panduro.
Marchado el dueño de la hostería, se besaron pero no iba a resultar tan fácil la empresa ya que Salmorelli, el cual había observado la escena, llegó hasta el sitio y sacando un puñal se lo puso en el cogote al pirata.
-          Te pillé villano, así que engañando a la señorita para robarle lo más preciado de una dama…
-          ¿Yo? Nunca me atrgevería a robargle el bolso a esta dama…
-          ¿Qué bolso? ¡La honra, la virginidad, la pureza!
-          ¡Cómo si usted no prgetendiese hacer lo mismo… “caballergo”!
María de las Mercedes, contrariada, aunque feliz de verse pretendida por dos apuestos hombres de armas, suspiraba ansiosa por arrojarse a los brazos de uno de ellos. Tanto que su corazón cabalgaba sobre su pecho, y sentía calores por todo el cuerpo.
-          ¿Pergo quién demonios es usted? Crgeo que le conozco.
-          No sé si me conoce, ni me interesa, pero a partir de ahora siempre sabrá quién soy, soy ¡Salmorelli!
-          ¡Salmorelli! Mon dieu! Le diable! Oh, no, le diable non, c´est divine, ¡Salmorelli! Pues… sepa usted que está en el sitio equivocadó, a la horga equivocada.
-          ¿Yo, por qué?
-          Porgque dentrgo de una horga habrgá una tergtulia cofrgade en los Rgemedios de Utrgerga.
-          ¿Una tertulia cofrade? – exclamó Salmorelli llevándose la mano al corazón – ¿Está usted seguro? 
-          Lo jurgo porg mi honorg.
-          Pues en ese caso, - dijo guardando su daga y mirando al vacío – si tomo mi corcel casi seguro que llego a tiempo… - no dio tiempo a más y olvidándose de todo en dos zancadas se colocó en el otro extremo del corredor, justo antes de desaparecer se giró y apuntilló – ¡muchas gracias por la información, caballero!
-          No hay de qué Monsieur.
Dicho esto María de las Mercedes y Pierre se quedaron a solas y reanudaron su feroz pasión y siguieron comiéndose a besos, a besos abrieron la puerta de la habitación, a besos entraron, a besos y a tientas cayeron en la oscura cama, comenzaron a desnudarse con desesperación, hasta el sol tenía prisa por ocultarse y prescindiendo de sus servicios hombre y mujer quedaron tan sólo a un cinturón de castidad de culminar lo que habían venido a hacer.
-          No te prgeocupes amada mía, he aviergto muchas cerrgadurgas y esta no nos impedirgá culminar nuestrgo amorg – y sacando su espada con la punta se las ingenió para hacer saltar la cerradura, aunque eso sí le llevó algún tiempo, tiempo en el que su miembro viril quedó flácido del aburrimiento - .Trganquila amada mía, jamás me ha falladó, soy infalible, infalible – pero aquello no subía, volvía a besarla, la acariciaba, le humedecía l.. y nada, ella comenzando a desesperarse intentaba ayudar como podía, contestaba a sus besos, respondía a sus caricias, mordía l… y nada. No había manera, por lo que Pierre tomó aire y le suplicó que esperase un momento que iba fuera a tomar aire.
Lo cierto, es que Pierre buscaba desesperadamente a una prostituta para que con su experiencia… hinchase la moral… lo justo para regresar sin que se apagase la vela.
Mientras tanto, la pelea en la hostería había terminado, Esteban Dolores y el bueno de Feliperro habían reducido al alguacil y a sus ayudantes y los granujas allí reunidos invitaban al noble y a su criado a vino y a comida. Pero Felipe no quería nada, estaba inquieto, sospechaba que el pirata les había engañado y quería echarle el guante. De modo que se excusó y marchó en busca de las dependencias ya que le había visto perderse con la joven María de las Mercedes, por lo que comenzó a abrir puertas por todo el pasillo hasta que en una de ellas… entre la penumbra distinguió una figura femenina que le invitaba a pasar:
-          ¿Ya estás preparado cariño? ¿Estoy ansiosa? Estoy ardiendo, échame un buen… tronco…
En aquel instante, Feliperro olvidó quien era ni que había venido a hacer, se calló la boca, aprovechó la oscuridad de la habitación y echó el tranco para que nadie les molestase.
Por otro lado, la vieja guardesa creyó despistar a Buttarelli y comenzó a buscar a su ama, también habitación por habitación, sin embargo el dueño de la hostería era testarudo y la buscaba de modo que al ver la anciana al ver la sombra del hostelero anticiparle por la entrada al pasillo se colocó en una habitación y se tendió en la cama para simular que era una clienta en caso de que Buttarelli abriese la puerta. No obstante, no era Buttarelli quien avanzaba por el pasillo sino Pierre Pandantieu el cual estaba preparado, y al ver como se cerraba la puerta pensó para él que estaba confundido con la habitación y que en realidad debía ser aquella. Abrió la puerta y comenzó a hablarle a su amada, mas no era ella sino la otra la vieja quien al oírle comenzó a quitarse la ropa y a quedarse en pelotas en un pestañear, mostrando a la luz de la luna sus muslos.
-          Oh, amada mía, oh, lusergo, si supiergas lo que trgaigo entrge las piergnas temblargías, es engorgme… y todo parga ti.
La anciana, suspiró de placer sólo de imaginarlo, bien podía ser ésta su última oportunidad en la vida, al menos de atrapar un miembro tan grande que también se mostraba reluciente… oh, Dios mío, a la luz de la luna. Y aquello fue sublime, Pierre la colmaba de besos, la acariciaba intentaba cubrir cada centímetro de su piel, ambos probaban posturas y el acto seguía y seguía, se dilataba con la pasión, vibraba con cada impulso. En la habitación de al lado la cosa no le iba a la zaga, si bien al principio la joven se quejaba un poco, después se dejaba llevar por el placer, aquello era hermoso y dulce, dulce, dulce. El vino de Buttarelli les hacía efecto en sus cabezas hasta el punto de extasiarlos y ver exactamente lo que querían ver.
-          Amado mío, besas tan suavemente que no siento ni el bigote – decía María de las Mercedes.
-          Amada mía, te mueves tan bien que pargeces una vetergana, ni siento tus morgdisquitos – decía Pierre.
Al cabo de una hora, sí, he dicho una hora, los amantes quedaron derrotados, mas fueron ellos los que supieron que tenían que marcharse y silenciosamente apenas sin vestirse salieron al pasillo. Quiso la casualidad que coincidiesen Pierre y Pandantieu allí, se mirasen sonrientes y se atreviesen a decirse algo:
-          Si vieses qué manerga de haserg el amorg.
-          Pues anda que yo…
-          Sí pergo, es que ha sido divino…
-          Pues yo en la gloria.
Les convenía a los dos no darle mucho al pico por lo que cada uno se marchó en una dirección, Pierre por la puerta de atrás y Filiperro junto a su amo.
Esteban Dolores estaba muy enfadado, los representantes de la justicia estaban amarrados y amordazados y su criado no aparecía por ninguna parte. Esteban había recibido su bautismo de fuego y muchos de los presentes querían unirse a la causa, ya que habían visto el arrojo del joven. De pronto apareció despeinado y Esteban le dio un coscorrón.
-          ¿Se puede saber dónde te metes desgraciado? Tenemos que irnos, no tardarán en aparecer más aguaciles.
-          Mi señor, perdóneme pero acabo de hacerle el amor a una joven, ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, ha sido genial, divino, he tocado el cielo, de verdad, ha sido en las alcobas, verá como aparece ella, es la joven que estaba ahí es hermosa y ¡ha sido mía!
-          ¿Pero qué dices desgraciado? – en aquel instante apareció la vieja despeinada y feliz, muy, muy feliz – ¡Je! Esa es tu joven, pues espero que te haya aprovechado.
A Feliperro se le desencajó el rostro, estaba seguro de haberle hecho el amor a una muchacha no a una anciana, ¡sin dientes!
-          ¡Venga! Vamos – dijo Esteban a Feliperro quien decepcionado no salía de su pesar.
Mientras Feliperro marchaba para la salida se fijó por última vez en la vieja y se dio cuenta de que Buttarelli la increpaba. Por lo que furibundo se lanzó a defenderla, cogiendo un cuchillo amenazó al dueño de la hostería.
-          ¡Posadero! Si vuelve a molestar a esta dama le degüello como a un cerdo.
-          Pe… pero, señor…
-          ¡Marche y calle! Eso sí, antes la bolsa.
Y de esta manera, Esteban Dolores cometió su primer robo, lo que no sabía que había recuperado el dinero que le había dado a Pierre a cuenta de embarcarse con él en el Epitaph.
-          Muchas gracias, caballero.
-          No es nada, hermosa dama – le dijo a la vieja – es lo mínimo que puedo hacer teniendo en cuenta lo que ha hecho por mi criado.
-          ¿Su criado?
-          Sí señora, Filiperro… - y bajando el tono – usted y él, ya sabe…
La anciana palideció, creyó haber estado con alguien muy diferente, un apuesto caballero con bigote y espada ¡y qué espada!, y no con un feo, feo, feo.
María de las Mercedes despertó y notó que no había nadie junto a ella, con la tenue luz de la luna se vistió y salió del cuarto, miró en qué dirección salir, seguro que su hombre había salido por la puerta de atrás buscando acaso la aventura y ella quería eso mismo. Fuera Pierre disfrutaba de una buena orinada detrás de unos viejos toneles tirados, soltó toda su vejiga y recibió mucho placer por ello, sin embargo cuando se daba sus últimas sacudidas vio a lo lejos a la muchacha la cual le buscaba, entonces pensó que venía a pedirle explicaciones, un noviazgo, responsabilidades, trabajar… por lo que de un manotazo se desprendió de su sombrero, su bigote postizo y su espada barata ocultándolo todo detrás de los toneles.
-          Señor, señor, ¿ha visto usted por aquí a un pirata? – preguntó ella inquieta.
-          No, mi señora – contestó él recomponiéndose – si lo hubiese visto se lo diría, palabra de Juan de Santorcaz Paloma, caballero barbero, a su servicio.
Fin

domingo, 6 de mayo de 2012

La hostería de Cristófano Buttarelli: Próximamente

La hostería de Cristófano Buttarelli: Próximamente
http://www.youtube.com/watch?v=113dg1Z4xG0&feature=related

Próximamente

Presto a desempolvar esta vieja hostería me encuentro, por lo que no se pierda, querido lector, lo que en los próximos días acontecerá en este mismo sitio. En donde la historia comenzada buscará su punto y final, y en donde no faltarán ni las risas ni las sorpresas.

domingo, 1 de enero de 2012

¡¡FELIZ 2012!!

LG

En este singular revuelo estaba la hostería que parecía un gallinero más que una digna posada en el camino.
Y hablando de gallinero, Fray Junípero seguía haciendo guardia a la bruja, esperando el milagro de un suspiro que esta estrafalaria mujer le pudiera arrancar a su santa humanidad; Salmorelli acaparaba la vista del resto de las mujeres que allí se encontraban, las santas y las de las otras, imaginaos, que a las gitanas se les caían los calcetines de sólo mirarlo; Pierrge Pandantieu, el pirgata… er… digo el pirata francés, que se babeaba de tanto mirar a la niña María de las Mercedes y esta que oxidaba con sus calores la cerradura de su cinturón de castidad… Si le agregamos a Manolo, el Malbaído, queriendo escabullirse de lidiar los seis toros de la ganadería de Pinchafierros, y a todo el cotorrerío que por allí se llevaba a cabo, no se escuchaban ni los pensamientos. Hasta que de repente el vozarrón de la mujer de Buttarelli hizo callar a todos:

-A ver si os llamáis a sosiego y me decís qué día os parece que es hoy… -Todos se miraron entre sí sin saber qué contestar, por lo que la matrona, erguida en una sola pieza y sacando tetas (que eran como las ubres de dos vacas juntas) se plantó en medio del corrillo y anunció:

-¡¡Hoy es el primer día del Año Nuevo!! ¿No os parece que deberíamos recibirlo con una fiesta? –Miráronse todos y cada uno de aquellos parroquianos y visitantes y al unísono gritaron un “¡SÍÍÍÍÍÍÍÍ!” encantados de la vida.

Buttarelli mandó asar un cerdo, dos pavos y un cordero. Personalmente coló el vino de la casa de uno de sus toneles, pues flotaban en él algunas cosillas que se movían y que daban qué pensar, luego llenó todas las jarras que había en su casa y ordenó escanciar a todos por su cuenta (pues le pareció un buen modo de quitárselo de encima sin echarlo al río).

Todo era algarabía y buen humor, a nadie le importaba si las gitanas bailaban flamenco sobre las mesas y con las faldas levantadas hasta el ombligo, o que Salmorelli y Manolo cantaran abrazados, fruto de los vapores del vino de Buttarelli, o que la niña olvidara el candado que guardaba su ama y se fuera acompañada por el pirata francés atrás del gallinero, el mismo donde el Fray exorcizaba a la bruja para sacarle el demonio del cuerpo, cosa que hacía con magistrales movimientos de cadera. ¡Y vaya que dio resultado! La bruja, encantada perdió hasta el nombre y quedó tan mansa como el cordero asado.
¡Bendito Año Nuevo!

Ya os diremos cómo acabó la cosa, por ahora os dejamos en pleno festejo y nos vamos a festejar también nosotros. Queremos desearos:

¡FELIZ AÑO NUEVO! DE TODO CORAZÓN
QUE SEÁIS FELICES.