Casimiro que había llegado a Sevilla con el ánimo de encontrar novia, había perdido el norte y no sabía si lo que quería era novia o un agujero con piernas, ya que jamás en su vida había visto tanto estímulo junto, ni siquiera en la romería de su pueblo. En esos momentos en los que Casimiro ya iba directo a clavar el estoque al torero así como si tal cosa y todos estaban sobresaltados, justo cuando la alborada comenzaba a lanzar sus primeros estertores sobre las nubladas ventanas de la hostería y nadie esperaba ningún sorpresa del exterior, se abrió la chirriante puerta y una figura no muy grande se recortó. De este modo, todos, como buenos actores que eran, recuperaron la compostura y siguieron con su tarea no fuera a ser que quien se presentaba fuese un inquisidor o la autoridad. Pero no, para sorpresa de todos y justo cuando entró un paso las luces mostraron su rostro, era Diego Cerrojo, el comerciante.
Para hacer memoria recordaré quien era este singular personaje, e incluso haré más, daré unas breves notas biográficas de este hombre de negocios.
Diego Cerrojo era un hidalgo, gracias a un favor paterno pudo heredar una basta finca que mal vendió al otro día para embarcarse a las Indias. Convencido de que iba ha amasar una gran fortuna tuvo a bien comprar un poco de todo lo exótico que conoció. Trayendo con él al antiguo continente, entre otras cosas, papas podridas, monos, esmeraldas, tomates amarillos y pavos. Como sabemos, y si no lo sabemos lo recuerdo, Santorcaz engañó a Diego quedándose con sus pavos. Por lo que el comerciante venía empapado en rencor y dispuesto a vengarse.
El barbero al verle agachó su cabeza y continuó en su labor de acicalar al cabrero quien, como todos observaba con curiosidad al recién llegado.
- ¡Canalla! Te encontré, eres un miserable, me dijiste que con el ungüento mi picha crecería, que era una receta de los Incas para hincarse. ¡Ah, sinvergüenza! Y mi picha no creció no, sino que gracias a sus pócimas hoy no tengo un solo pelo en mis partes nobles.
- ¿A mí me lo dice? – preguntó Casimiro.
- No, a usted no, buen caballero, sino al canalla que anda piojeando por su cabeza.
- No le haga usted caso, es un loco que… nos ha confundido.¡Oiga usted – gritó Santorcaz señalando a Diego – un poco de respeto pues este señor a quien acicalo es nada más y nada menos que el… Archiduque de Calabria!
- Eso, eso yo soy el Casiduque de las Cabrias!
- ¡Canalla! A mí no me engañas otra vez, ¡el alguacil!, que se haga justicia con el ladrón.
Al decir ladrón media hostería se encogió, ¡un alguacil!, era como mencionar la soga en la casa del ahorcado. Buttarelli palideció, muchos de los allí presentes querían marcharse.
- Lo dicho, es un loco, ni caso, déjelo usted hablar y no le haga caso.
- Mire usted que no quiero pendencias, que no me conoce usted a mí – dijo Casimiro quien a su modo de ver las cosas se veía interpelado.
- No, no me refiero a usted, sino al piojoso que le anda hurgando, ganándose su confianza para robarle. No, no me refiero a usted, ya que usted se ve que es de alta cama hijo de gran alcurnia de rancio abolengo…
No dijo más, el cabrero de un salto cogió un leño de la chimenea a modo de cayado y comenzó a atacar a Diego Cerrojo que gritaba y maldecía. De ese modo el comerciante salió disparado por la puerta con Casimiro atizándole en la espalda. A los allí presentes sólo les faltó aplaudir.
Apenas pasaron unos dos minutos cuando Casimiro reapareció triunfante enseñando su dentadura en una cómica sonrisa.
- El “hioputa” sin yo meterme con él va y me dice que mi madre es una alcurnia y mi padre un rancio no se qué. Ea, pos se acabó el cuento, por ahí anda que ha cruzado el Guadalquivir a nado. Y eso que no tengo mi honda, que si no llega hasta Grazalema corriendo.
Santorcaz oyendo esto pudo al fin volver a coger una de las viandas y masticar tranquilo. Sin darse cuenta volvió el rostro y miró a Juan el Sanguinario… pero qué demonios… su entrepierna se le revelaba y el abultamiento le cogía pellizcos. Ese tal Juan el Sanguinario era precioso…
- ¡Butarelli! Traiga un poco de vino a riesgo de cagarme vivo… que el entendimiento se me está nublando o levantando.
El barbero necesitaba un poco de caldo para rebajar su… “entendimiento”.