M.G.
De repente, de una patada la puerta de la hostería fue abierta y la luz se coló groseramente hiriendo los crápulas ojos de los parroquianos, algunos incluso dejaron escapar un ligero lamento. Una figura con capa y sombrero con pluma avanzaba firmemente, sin miedo, desafiante, calzaba unas botas de cuero que llegaban hasta la rodilla que eran la envidia de las gitanas las cuales se imaginaban a sí mismas solamente vestidas con ese calzado. Su sola presencia eclipsó a todos y las mujeres comenzaron a suspirar creyendo haber visto al hombre más apuesto del mundo. Aquel caballero posó una mano sobre su sable y con la otra acarició su grotesco bigote.
- Oh, la, la, mi nombrge es Pierrge Pandantieu, el pirgata, mi sola prgesenssia suscita agmirgassión, es norgmal, he viajadó porg los sinco margess y soy Frganssés ya lo habrgan adivinadó, he luchadó con los más ferrgoses enemigós y a todos he vensido. A las más hergmosas damas rgobé la honrga, duquesas, margquesas, ¡prginsesas! Tal es la vida de nosotros los pirgatass – súbitamente le arrancó un vaso de vino a un cliente y le dio un trago - Estáis de suergte, estoy buscando tripulación… - de pronto el trago cayó en el estómago como si fuese plomo líquido – y… maldito vino, qu´est que ce? Une merde du vin. Como venía contandó, busco a valientes, porgque con las últimas batallas hemos quedado mergmados. Para unirgse a mis hombrges tan sólo pido un módico prgesio, unas monedillas en conssepto de fianssa… pog las argmas y arggunos despergfectos que ha sufrgido mi bargco el glorgioso “L´Epitaph”. Pergo se puede considergar una pequeña invergssión, ya que tengo un tesorgo escondidó que rgobé a unos comergsiantes genoveses y pienso irg a buscarlo y compargtirglo con mis hombrges...
En ese instante echó un ojo a María de los Milagros y se quedó prendado, también vio al inquisidor y ambos se intercambiaron miradas de desprecio, observó al poeta que a su vez lo miraba con cara de curiosidad y por último a Manolo que le miraba intrigado. El resto de los feligreses esperaban que abriese la boca de nuevo ya que les parecía un tipo muy curioso, alguno incluso había contado su dinero y ya se preguntaba sí le aceptaría en su tripulación.
- ¿Usted y yo no nos conocemos? – preguntó Manolo.
- Imposible caballergo, jamás se me hubiese olvidadó su enorgme cabessa. ¡En cambio! A usted bella joven sí la conozco, la he visto muchas noches en mis sueños, sí señora mía, yo condusco L´Epitaph, usted guía mi corgasón.
La joven era una manzana roja, no sabía dónde mirar. Ahora estaba segura de que esta noche de un modo u otro perdería el virgo, sí se lo regalaría al más ardiente.
- Oiga, me presento caballero, soy Esteban Dolores y este es mi… amigo Felipe Romero. Queremos formar parte de su tripulación, nos gustará luchar contra los poderosos para dárselo a los pobres, seremos bandoleros del mar.
- Pero señor, que yo no sé nadar – dijo Filiperro mirando el escote de María de los Milagros.
- ¡Mon Dieu! Aquí dos hombrges inteligentes, sí señorg.
- Y yo no soy muy bueno peleando, más bien jamás pasé de una simple discusión…
- ¡Calla, Felipe! No ves que la aventura ha acudido a por nosotros, esto es lo que estaba buscando.
- Bueno, espergen un momento que estoy hablandó con una señorgita y ahorga mismo les atiendo.
- ¡Señor este hombre es un pervertido! Nos quiere tender…
- Calla animal, no ves que lo único que quiere es hablar…
- Sí, eso dicen todos, luego cuando te lo hacen se van tan contentos.
Mientras tanto Manolo no dejaba de pensar, miraba su atuendo y trataba de lograr una explicación a tan pintoresco ataviar. Poco a poco, recordó que estaba en la panadería y que estaba haciendo molletes, de pronto se vio en la hostería… ¡La Hostería! ¡No podía ser! De qué modo, cuantas veces había escrito y leído las aventuras de aquel lugar y ahora allí se veía, miraba al francés y entonces, sólo entonces supo quien era…
- ¡Ahí está ese es! – gritaron unos recién llegados – prendedle.
Manolo se vio sujeto por dos tipos calvos y fornidos, y sin saber qué demonios querían de él.
- ¡Pardiez! Tal parece que quería vuestra merced escurrir el bulto – dijo un tipo barbudo salido del tumulto.
- ¡Yoooo! ¡Soltadme! ¡No sé de qué me habláis!
- ¿No? Acaso no sois vos Manuel García más conocido en el mundo taurino como Malbaío.
- Eso, eso jefe – decía un tipo bajito con cara de ratón – ¿acaso no lo es?
- Sí que soy Manuel García, pero yo nunca he toreado ni a una gallina, es más soy antiturino, an-ti-tau-ri-no.
- Pues entonces estaré equivocado… oh, qué mala suerte, resulta que tengo un contrato firmado por usted en el que se compromete a lidiar seis toros seis de la ganadería de Pinchafierros, toros muy bravos conocidos por los enviudadores, ¡contrato que por otra parte esta pagado en su mitad y la otra mitad al final de la faena!
- ¡Eso, eso jefe! ¡Al final de la faena!
- Miren ustedes, buenos señores, que se confuuuunden que yo no soy ese tal que a mí me dan miedo las cabras… además yo estaba tan tranquilo haciendo molletes…
- ¡Yo sí que le voy a abrir como a un mollete!
- ¡Eso, eso jefe como a un mollete!
- ¡Quieres callarte ya Padilla!
- ¡Eso, eso jefe callarte ya, callarte ya! ¿Qué pasa ese también se llama Padilla, jefe?
- ¡Vamos, llevémosle a la plaza o torea vivo o torea muerto!
Dicho esto Manolo enmudeció, casi a rastras se lo llevaron de la hostería.
Entre tanto, aprovechando cada segundo el Francés había sacado unas monedas a Esteban Dolores a cambio de admitirle y también había estrechado lazos con María de las Mercedes la cual a estas alturas tenía el cinturón de castidad un poco humedecido. Pierre comenzó a declamar en francés y ella suspiraba:
- Frère Jacques, Frère Jacques, Dormez-vous? Dormez-vous? Sonnez les matines. Sonnez les matines. Ding, ding, dong. Ding, ding, dong.
- ¡Oh ! Señor Panduro, es usted tan romántico.
- Me arrgastra hasta sus pies mademoiselle, es usted hergmossa como la luna llena de Escossia, ni tierrga natal.
- ¡Ohh! Es usted un caballero muy apuesto señor Panduro, pero yo soy una muchacha muy decente…
- No lo dudo, mademoiselle pergo no quiero sino amargla, he visto muchas mujerges y ninguna como vos, vuestrgas pestañas son sepillos y vuestrgos ojos… eh.. pomos…
- ¿Pomos?
- No, no, perglas, perlas asules y blancas… Oh, mademoiselle, si usted se viniese conmigo os hargía la rgeina del osseano, vuestrgo nombrge se conosergía porg todo el mundo, la rgeina pirgata, oh lo estoy viendo.
En ese instante a María de las Mercedes se le encendió un candil en la frente se giró y miró a los ojos a Pierre.
- ¿De verdad?
- Que me muerga si miento, que se abra la tierra y me trgague, que vengan la justissia a prgendergme.
- Pues, ¡ea! A la mierda el virgo, qué ya está bien.
Sin embargo, justo cuando la cosa se ponía enorme, se oyó un escándalo proveniente de la calle, el ruido invadió la Hostería y de entre la gente apareció la guardesa de la virginidad de María de las Mercedes acompañada de dos alguaciles.
- Ese, ese es el pirata que ronda a mi ama.
- ¡Tente preso canalla! – gritó uno de ellos.
Pierre, quien llevaba pálido unos instantes debido a que la sangre se le había bajado a cierta parte, tragó saliva. Ahora no sabía qué decir, no se dio cuenta de que su mano había ido al sable dando a entender que iba a presentar batalla, no obstante, no llegó a moverse ya que Esteban Dolores se interpuso entre él y la justicia, sacando una navaja.
- Quien pretenda llevarse a mi capitán probará el acero toledano.
- Y quien ataque a mi amo se llevará un garrotazo en todos los morros, de madera de los acebuches de los cerros de Ventura.